¿Qué es la Orden del Carmen?

 

La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (también llamada Orden de los Carmelitas) es una orden religiosa que surgió alrededor del Siglo XII, cuando San Bartolo del Monte Carmelo y un grupo de ermitaños, inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en el Monte Carmelo, considerado el jardín de Palestina («Karmel» significa «jardín»).

 

Del profeta Elías han heredado la pasión ardiente por el ‘Dios vivo y verdadero’, lo que se ve reflejado en el lema de su escudo: ‘Zelo Zelatus Sum Pro Domino Deo Exercituum’ – ‘Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos’ (1Reyes 19:14).

 

En medio de las celdas construyeron una iglesia, que dedicaron a su patrona, la Virgen María, a quien veneran como Nuestra Señora del Carmen. Tomaron así el nombre de «Hermanos de Santa María del Monte Carmelo» (en latín Ordo fratrum Beatissimæ Virginis Mariæ de Monte Carmelo).

 

El patriarca de Jerusalén, Alberto, les entregó en el año 1209 una regla de vida, que sintetiza el ideal del Carmelo: vida contemplativa, meditación de la Sagrada Escritura y trabajo. El domingo 16 de julio de 1251, la Virgen María se apareció en Cambridge, (Inglaterra), a San Simón Stock, a quien entregó el Escapulario del Carmen, quizás el elemento mariano más significativo y expresivo del Carmelo y con mayor extensión  en la cristiandad.

 

El legislador del Carmelo acaba el capítulo XV de la Regla con las palabras del profeta Isaías: ‘Este camino es bueno y santo. Seguidlo’. Toda la Regla del Carmelo es un camino santo y bueno. Siguiéndolo se han santificado una pléyade incontable de almas generosas que han querido seguir de cerca las huellas de Jesús.

 

Los santos nos enseñan que en todos los tiempos, aún los más críticos y difíciles, es posible llevar una vida verdaderamente cristiana y santa. Porque nada nos puede separar del amor de Cristo.

 

El Carmelo nos ofrece un camino válido también para nuestros días, en que el mundo, con síntomas evidentes, ha comenzado o está caminando por un nuevo período de su historia. Los carmelitas, dejándose guiar por el Espíritu, procuran adaptar su misión a las nuevas condiciones y examinar e interpretar los signos de los tiempos a la luz del Evangelio y de su patrimonio espiritual.

 

Ante la realidad de la hora presente, el Carmelo define así su misión: Buscar y vivir en este mundo la presencia de Dios vivo y verdadero que, en la persona de Cristo, habitó entre nosotros; mediante nuestra caridad fraterna, la fe y la esperanza de que Dios es todo en todos los hombres, esforzándonos en ser testigos de esta verdad escatológica, sensibilizando a los demás en el descubrimiento de esta presencia de Dios en sus vidas y destruyendo los ídolos de una falsa religiosidad.

 

Actualmente la familia del Carmelo es un gran árbol formado por las ramas monacales masculina y femenina, de calzados y descalzos, la tercera orden del carmen y demás asociaciones y agrupaciones de laicos.

 

HISTORIA DEL CARMELO

 

 

TRAS LAS HUELLAS DE CRISTO

 

Un día dijo Jesús a sus discípulos: » El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo , tome su cruz y sígame». Estas palabras dirigidas a sus discípulos – y con ellos a todos los cristianos- se aplican de modo especial para aquellos que quieran seguir a Cristo de cerca, por el camino de la vida religiosa.

 

Desde antiguo hubo cristianos que, no sólo siguieron a Cristo en el sentido espiritual que El propuso, sino que, haciéndose peregrinos, caminaron tras sus huellas en la misma tierra donde El se encarnó, vivió, padeció y murió por nosotros.

 

Pero llegaron unos tiempos en los que, ocupada Tierra Santa por los sarracenos, la «peregrinación» y la misma vida cristiana se hicieron en ella imposibles. Entonces toda la cristiandad puesta en pie organizó las «Cruzadas» con el fin de reconquistar aquella tierra considerada patrimonio de Cristo. Con la reconquista de Tierra Santa, nuevamente afluyeron los peregrinos, acompañando a los cruzados.

 

Muchos de aquellos peregrinos iban con ánimo de quedarse de por vida en aquella tierra santificada por Cristo, e incluso se obligaban por voto y buscaban en ella lugares a su objetivo y devoción.

 

También algunos cruzados, que habían acudido a Tierra Santa con la intención de reconquistarla por la fuerza de las armas, comenzaron a comprender que el Reino de Cristo sólo se consigue con el amor a la Palabra de Dios, que es más cortante que una espada de dos filos. Así, colgando la espada fatal y despojándose de la armadura del soldado, vistieron un hábito de penitencia y se retiraron a servir a Cristo en la soledad.

 

Peregrinos y cruzados coincidieron en un lugar ameno en las laderas del Carmelo, lugar sembrado de cuevas excavadas en la rocas y regado por un caudaloso manantial, conocido por la fuente de Elías. Situados entre dos frentes de guerra, su vida habla de amor y de paz.

 

Aquellos cruzados y peregrinos han comprendido que ser seguidores de Cristo es negarse a sí mismo y caminar tras El con la cruz a cuestas. Como soldados de Cristo, deben estar en lucha constante contra los enemigos del alma, pero amar a todos los hombres, e incluso a los enemigos. Cristo no enseña a matar, sino a morir. Como peregrinos, no deben fijar su morada en esta tierra, sino ir caminando hacia la verdadera Tierra Santa, la Jerusalén Celestial.

LOS EREMITAS DEL CARMELO

 

Aquellos peregrinos y cruzados que se establecieron en las frondosidades del Carmelo, y que con el tiempo serán conocidos como «carmelitas», por el nombre del lugar, eligieron, como estilo propio de seguir a Cristo, la vida eremítica.

 

Para entender mejor este hecho, hay que notar que en los siglos XI y XII nació en Europa un nuevo estilo de vida eremítica. Era un movimiento de religiosos laicos surgido como reacción crítica a la vida monástica establecida. A éstos no les atraían las reglas clásicas aprobadas de San Basilio, San Benito y San Agustín tal como eran vividas por las instituciones monásticas de aquellos tiempos.

 

La vida de estos eremitas sobresalía por una gran penitencia. Como signo del cambio de vida o «conversión», se establecían en lugares solitarios, apartados de la familia. Algunos vivían en grupos, formando comunidades, aunque seguían llamándose eremitas porque habitaban en lugares solitarios, en contraste con la vida monástica urbana. Incluso los había que se situaban bajo la obediencia de un sacerdote o del obispo.

 

Como estos últimos debían ser los eremitas que se establecieron en el Monte Carmelo. Sabemos que se establecieron junto a la fuente de Elías para vivir «bajo la obediencia» de un tan B. Que algunos traducen por Brocardo. Pero no sabemos si el núcleo inicial era ya un grupo formado, procedente de Europa bajo el liderazgo de Brocardo, o bien Brocardo era un eremita solitario alrededor del cual fueron agrupándose peregrinos y cruzados para ponerse bajo su dirección.

 

Vivían dentro de un cercado, en cuevas o en celdas separadas, alrededor de un oratorio, donde tenían sus reuniones comunitarias, particularmente para la celebración de la Eucaristía. Su vida discurría entregados al trabajo manual, a la oración y penitencia y a la contemplación de las cosas divinas.

 

Este estilo de vida eremítica marcará de tal modo al carmelita que, aún después de la evolución posterior, sentirá siempre la añoranza del desierto, del silencio, de la vida contemplativa; nota que ha quedado como distintiva del Carmelo.

LA FORMULA DE VIDA

 

Aunque los carmelitas no aceptaron ninguna de las reglas vigentes, porque deseaban vivir según su estilo propio, no quisieron, sin embargo hacerlo al margen de la Iglesia. Por eso acudieron al Patriarca de Jerusalén y Legado del Papa Inocencio III, pidiéndole que les diera una «fórmula de vida» según «su propósito». Alberto Avogadro – este era el nombre del Patriarca- atendió su petición, y allá por los años 1206 a 1214 les dio la fórmula de vida que le pedían, y al dársela les constituía en comunidad y les daba vida jurídica. Así nació oficialmente la ORDEN DEL CARMEN.

 

El hecho de seguir una fórmula de vida propia trajo a los carmelitas algunos problemas. En 1215 tuvo lugar un acontecimiento trascendental para la vida de la Iglesia: el Concilio Lateranense IV. En él se tomaron medidas especiales respecto a nuevas órdenes religiosas, con el fin de frenar o evitar la proliferación de las mismas en unos tiempos de cambio y de fervor religioso. Prohibió el Concilio la fundación de nuevas órdenes y estableció que si alguien quisiera fundar una debía tomar la regla de las religiones ya aprobadas.

 

Los carmelitas estimaban tanto su fórmula de vida o regla propia, que prefirieron pasar por la inseguridad antes que aceptar una Regla de las aprobadas. Era tan reciente su organización jurídica que pronto surgieron las dificultades y contradicciones, principalmente a la hora de hacer nuevas fundaciones.

 

En este estado de cosas ellos acudieron al papa Honorio III – el mismo que aprobó a franciscanos y dominicos- y éste con bula del 30 de enero de 1226 aprobaba la fórmula de vida de San Alberto en estos términos. «En remisión de vuestros pecados os imponemos a vosotros y a vuestros sucesores que observéis regularmente, en cuanto os sea posible y con la gracia divina, las normas de vida dadas por el Patriarca de Jerusalén, de santa memoria y que vosotros afirmáis humildemente haber recibido antes del Concilio general».

 

Tres años después obtuvieron una nueva confirmación del Papa Gregorio IX, en la que cataloga la «fórmula de vida» de San Alberto como Regla, haciendo algún retoque respecto a la pobreza y a la posesión en común, y poniendo el eremitorio del Carmelo bajo la protección de la Santa Sede.

 

EN LA MONTAÑA DE ELIAS

 

Jaime de Vitry, historiador contemporáneo de los hechos, hablando de los peregrinos que desde diversas partes del mundo llegaban a Tierra Santa, dice que no pocos «hombres santos renunciaban al mundo, y según su objeto y devoción, elegían lugares para vivir…Algunos, imitando al santo anacoreta el profeta Elías, llevaban una vida solitaria en el Monte Carmelo, especialmente cerca de la fuente llamada de Elías».

 

No fue, pues, mera causalidad el que aquellos eremitas occidentales eligieran aquel lugar del Carmelo para su objeto. El Carmelo era también la montaña de Elías, y Elías era considerado en la tradición patrístico monástica, que sin duda ellos conocían, como iniciador en cierta manera de la vida monástico-profética en el Antiguo Testamento, ideales asumidos y perfeccionados en la nueva Ley del Evangelio.

 

Nuestros eremitas vieron encarnado en Elías aquel ideal de vida que se proponían seguir. Es significativo que la historia no nos haya transmitido el nombre de ningún fundador, y que los carmelitas han visto siempre en Elías el inspirador de su vida.

 

La rúbrica prima de las primeras Constituciones de la Orden conocidas (1281) responde a la pregunta sobre el fundador y origen de la Orden: «Afirmamos, dando testimonio de la verdad, que desde los tiempos de Elías y Eliseo, profetas, vivieron en el Monte Carmelo algunos santos padres, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, a quienes la contemplación de las cosas celestiales les llevó a la soledad de aquella montaña, y allí perseveraron en penitencia y santas obras junto a la fuente de Elías…Y nosotros, sus seguidores, servimos al Señor en diversas partes del mundo».

 

La historia no nos ha transmitido una documentación por la que se pueda probar la sucesión ininterrumpida de seguidores de Elías en el Carmelo. Pero tampoco ello hace falta para que los carmelitas puedan considerar legítimamente al santo Profeta como a su Padre e inspirador ideal, pues el espíritu no está sujeto a la materia ni ligado a los tiempos, y la vida y hechos de un personaje pueden proyectar su luz y ser fuente de inspiración a través de los tiempos.

 

De lo que no cabe duda es que la figura de Elías estaba muy viva en el Monte Carmelo cuando aquellos eremitas occidentales se establecieron allí. Se puede decir que ellos junto con el agua de la «fuente» bebieron también su espíritu. Por eso, se sintieron continuadores y no iniciadores de aquel género de vida solitaria que adoptaron.

 

SANTA MARIA DEL MONTE CARMELO

 

Los carmelitas son conocidos con el nombre de «hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Y la razón de ello está en que nacieron alrededor de una capilla dedicada a la Madre de Dios, a Santa María del Monte Carmelo. Este hecho desarrolló el sentido de pertenencia a la que era la «Señora del lugar».

 

En efecto, entonces la elección del titular de la iglesia comportaba una orientación espiritual, ya que, en la mentalidad feudal, quien estaba al servicio de una iglesia estaba al servicio de aquel o aquella a quien esa iglesia estaba dedicada. En el caso de los carmelitas se trataba de una consagración sancionada por la profesión religiosa, la cual se hacía a Dios y a la Santísima Virgen María.

 

Ya en el mismo siglo XIII los carmelitas tomaron conciencia de estar consagrados «de manera especial» a la Virgen María, y que la Orden había sido fundada para alabanza y gloria de la Madre de Dios. Un autor del siglo XIV expresaba así esta dedicación: «»Los carmelitas se pusieron en contemplación en honor de María».

 

Ellos consideraron a María como a su Patrona y Madre: » Madre y decoro del Carmelo». Por lo mismo defendieron su título de «Hermanos de la Virgen María» y la honraron y solemnizaron sus fiestas con esplendor. Como fiesta patronal al correr de los tiempos establecieron la «Conmemoración Solemne» del 16 de Julio, como acción de gracias por todos los beneficios recibidos de su Madre y Patrona. El santo escapulario, tan difundido entre el pueblo fiel, ha sido considerado como el compendio y símbolo de estos beneficios y también como signo externo de consagración a la Madre celestial.

 

Pero el carmelita considera, además, a María como a modelo y ejemplar, estrechamente unida a la obra de su Hijo, y cuyas virtudes quiere imitar. Desde antiguo ha visto en Ella la «Virgen purísima», y ha considerado a su virginidad e inmunidad del pecado como disposición para la unión con Dios.

 

En suma, «en la Santísima Virgen, Madre de Dios, arquetipo de la Iglesia y fuente de inspiración en orden a la fe, a la esperanza y a la caridad, por su íntegra pureza y la prontitud de ánimo con que se abrió a la fecundidad de la Palabra de Dios, el Carmelo encuentra la imagen perfecta de todo lo que anhela y espera ser».

 

 

LA TRANSMIGRACION A OCCIDENTE

 

Muy pronto los carmelitas se debieron plantear el problema de su supervivencia en Tierra Santa, pues los sarracenos se iban haciendo dueños poco a poco de la situación y la vida resultaba cada vez mas difícil a los cristianos. Hacia el año 1238 algunos grupos de carmelitas empezaron a emigrar, «no sin pena y aflicción de espíritu», hacia sus países de origen: Chipre, Sicilia, Inglaterra, Provenza, etc. San Luis, rey de Francia los estableció en París, a raíz del fracaso de su cruzada.

En Europa se habían producido cambios estructurales muy profundos. El centro de gravedad de la vida social y económica había pasado del campo a la ciudad. El cambio de la sociedad trajo consigo también un cambio de mentalidad, en la vida de la Iglesia y en la vida religiosa. Acababa de surgir un movimiento de hombres y mujeres que consideraba la práctica de la pobreza radical y la predicación itinerante, con la fraternización con el pueblo, como la esencia de la imitación evangélica de los apóstoles. Francisco de Asís y Domingo de Guzmán iniciaron este nuevo estilo de vida religiosa que se adaptaba a las nuevas exigencias.

 

Los carmelitas pronto comprendieron que las necesidades de la Iglesia en occidente eran otras, y que si querían echar raíces en Europa debían cambiar su estilo de vida. Así determinaron enviar al Papa Inocencio IV a los hermanos Pedro y Reginaldo para que le expusieran la necesidad de adaptar la Regla a los nuevos tiempos. El Papa encomendó el asunto a dos eminentes juristas dominicos, y el día 1 de octubre de 1247 hizo pública la Regla modificada por medio de una bula dirigida al Prior y Consejeros del Capítulo General.

 

En adelante podrán hacer sus fundaciones no sólo en lugares solitarios, sino también en las ciudades; deberán comer en comunidad y recitar el oficio canónico en el coro, según las normas de la Iglesia. Las pocas modificaciones introducidas en la Regla representaron un cambio muy notable, ya que de una vida eremítico-comunitaria pasaban a una vida cenobítico-apostólica, al estilo de las Ordenes mendicantes.

 

Este cambio de vida comenzó muy pronto a dar sus frutos, ya que en poco tiempo permitió a los carmelitas una gran difusión, de manera que cuando en 1291 tuvieron que abandonar definitivamente Tierra Santa, ya la Orden estaba extendida por toda Europa.

EL CARMELO FEMENINO

 

Ya desde el siglo XIII hay noticias de la existencia de grupos de mujeres piadosas que vivían el espíritu del Carmelo a la sombra de los conventos de frailes y que incluso se comprometían con vínculos religiosos. La bula » Cum nulla» de Nicolás V de 1452, obtenida por los carmelitas de Florencia y dirigida al general de la Orden beato Juan Soret, es considerada la «charta fundationis» de la Segunda y Tercera Orden. Ella venía a aprobar una situación de hecho y ponía las bases para el posterior desarrollo del Carmelo femenino.

 

Las monjas carmelitas, con su vida de oración y trabajo en la soledad del claustro, han podido cultivar de manera más significativa el elemento contemplativo de la Orden, con sus características mariano-elianas. La misma clausura fue aceptada para poder «conocer mejor a Dios solo, servirlo y unirse a El en oración para salvación del mundo».

La misión peculiar de la monja carmelita se puede definir así: «Vivir en la presencia de Dios, consumiendo la propia vida por su gloria a semejanza de Elías, en el ardor de la oración y del celo apostólico, y en íntima unión con la Madre Purísima, con apertura a la Palabra de Dios y prontitud de ánimo para acogerla, interiorizarla y hacerla fecunda en su vida».

 

El cuadro del Carmelo femenino quedaría incompleto si no se hiciera referencia también a la Tercera Orden regular, concepto desarrollado modernamente, ya que hasta el siglo XIX no eran consideradas verdaderas religiosas las terciarias de vida común que no guardaban clausura ni hacían votos solemnes. Fue en el siglo de las exclaustraciónes cuando surgieron por doquier las congregaciones femeninas de vida activa. Entre las primeras cabe destacar las Carmelitas de la Caridad, fundadas por Sta. Joaquina de Vedruna en Vic.

 

Otras muchas son las congregaciones religiosas que se han inspirado en la espiritualidad del Carmelo. De España se hallan agregadas a la Orden del Carmen las Hermanas de Santa María del Monte Carmelo, de Orihuela y las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús, de Málaga, y entre los países de habla hispana, las Hermanas Carmelitas de Madre Candelaria, de Venezuela.

 

Estas congregaciones femeninas de vida activa desarrollan en la Iglesia una tarea apostólica muy fecunda. Agregadas a la Orden, participan de la espiritualidad carmelitana, al tiempo que cada congregación mantiene sus peculiaridades o misión especial.

 

 

EL CARMELO SEGLAR

 

Desde los inicios de la Orden ha habido hombres y mujeres de toda condición que han querido vivir de alguna manera la espiritualidad del Carmelo y participar de sus bienes espirituales, pero viviendo en el mundo, es decir, sin dejar su condición de seglares.

 

Tenemos en primer lugar la Tercera Orden, llamada así porque ocupaba el tercer lugar, después de frailes y monjas, de los que se distinguían porque no observaban la vida común.

 

La Tercera orden del Carmen tiene también su base jurídica en la bula «Cum nulla» del Papa Nicolás V. Es una asociación de seglares que, en respuesta a la llamada particular de Dios, prometen vivir la vida del Evangelio en el espíritu de la Orden del Carmen y bajo su dirección. El vínculo fundamental es la profesión, mediante la cual pueden emitir los votos de castidad y obediencia según el propio estado.

 

La misión del terciario es laical. Por su situación particular en el mundo, está llamado a ordenar según Dios las cosas temporales, guiándose por el espíritu del Evangelio, de modo que, igual que la levadura, contribuya desde dentro a la santificación del mundo. De este carácter secular nace su vocación. Por lo demás, vive y participa plenamente de la espiritualidad de la Orden del Carmen.

 

Existe, además, la Cofradía del Carmen o del Escapulario, llamada así porque tiene como distintivo el escapulario, que equivale al hábito o vestido de la orden, reducido.

 

Las promesas de la Santísima Virgen a San Simón Stock y el llamado «privilegio sabatino» han hecho del escapulario y de su Cofradía una devoción popular y universal. Con todo, hay que valorarlo antes que nada como medio de santificación y buscar su fundamento en la teología de la Maternidad y de la Mediación universal de María.

 

El ingreso en la Cofradía se hace por la vestición del escapulario. Este, considerado como sacramental de la Iglesia, tiene el valor de signo. Significa por parte de María la garantía de su protección, y por parte del fin que lo viste, la consagración a la Santísima Virgen, ya que tiene la misión de agregarlo a una Orden religiosa «dedicada» o consagrada a Ella desde su fundación. Con la agregación a la Orden del Carmen, el cofrade, además de participar de este aspecto mariano de la Orden, se integra a toda la espiritualidad carmelita.

 

 

A TRAVES DE LA HISTORIA

 

La vida religiosa no es estática sino dinámica, y va evolucionando a lo largo del tiempo según las necesidades y situaciones, pero conservando inmutables los valores esenciales, y adaptándose en lo accidental. En los ocho siglos de existencia, la Orden del Carmen, como la Iglesia, ha pasado por diversas vicisitudes, con sus crisis y sus oportunas reacciones.

 

Ya vimos cómo, por exigencia de los tiempos y bien de la Iglesia, en el siglo XIII cambió su estilo de vida eremítica por la vida apostólica de los mendicantes. Después, tras un crecimiento y floración espectaculares, se produjo en la segunda mitad del siglo XIV una profunda decadencia, acrecentada por la peste negra y el cisma en occidente, que duraría a lo largo del siglo XVI. Pero precisamente en esa hora baja y crítica, comenzaron a tomar cuerpo y plena organización jurídica la Segunda y Tercera Orden del Carmen.

 

Surgieron también en este tiempo con nueva vitalidad las reformas o congregaciones de observancia, que llegaron a su maduración en el Concilio de Trento. Entre ellas cabe citar la Congregación Mantuana, iniciada en el siglo XV en Italia; la reforma teresiana, o de los descalzos, en el s. XVI en España, la única que se separó del viejo tronco de la Orden, formando una rama aparte, muerta ya Santa Teresa. Hubo todavía después la Reforma Toronense en Francia, la cual, permaneciendo en el seno de la Orden, tuvo una benéfica influencia en toda ella.

 

Llegó más tarde un momento de saturación, en el que la sociedad ya no comprendía la utilidad de la vida religiosa y emprendió por todas partes su persecución a muerte, culminando en el siglo XIX con la exclaustración de religiosos y desamortización de conventos. Pero precisamente en esos momentos de ocaso surgió por doquier una constelación de nuevas congregaciones religiosas que, inspirándose muchas de ellas en la espiritualidad de las antiguas, trataron de llevar soluciones a los problemas que la nueva sociedad planteaba, a base principalmente de instituciones culturales y benéficas.

 

Hoy la Iglesia, y con ella las Ordenes religiosas, pasa una nueva crisis, provocada por los cambios operados en la sociedad. No cabe dudar que con la gracia del Espíritu de Jesús, que la conduce, y la doctrina y directrices del Concilio Vaticano II, saldrá también renovada y fortalecida, y el Carmelo sabrá aportar una vez más a la Iglesia y al mundo los frutos de su carisma.

Este texto está tomado literalmente del folleto «El Carmelo un proyecto de vida» del P. Pau Mª Casadevall i Costa. O.Carm. Publicado por la Región Ibérica