Con estos antecedentes no es casualidad que Mons. Casimiro Morcillo, Arzobispo Madrid, y uno de los sub-secretarios del Concilio Vaticano II nombrado en 1962 por el Papa San Juan XXIII, hiciera la tesis doctoral precisamente sobre las ‘comunidades de los Hechos de los Apóstoles’. Tenía una dilatada experiencia episcopal antes de ser nombrado como Arzobispo de Madrid en marzo de 1964, justamente las fechas en las que Kiko Argüello y Carmen Hernández se encontraban en las barracas de Palomeras.
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Volvía Don Casimiro a su casa, la que había dejado década y media antes. Pero habían cambiado muchas cosas: gentes inmigradas en barriadas por hacer, poblaciones del anillo de Madrid a medio industrializar, fuertes desigualdades sociales y culturales; violencia, miseria, abandono… Era el último gran reto de su ministerio episcopal: La transformación que señalábamos estaba en su apogeo. Creó parroquias, renovó instituciones diocesanas, divulgó la doctrina y quiso llevar a la práctica la renovación del Concilio. Cumplió con creces su lema episcopal: ‘Me gastaré y me desgastaré’. Era la persona designada por Dios para descubrir en las chabolas de Palomeras un germen del Espíritu Santo. Su celo apostólico y amor por los pobres le hizo coger el coche apresuradamente para aparecer una mañana en las peligrosas y embarradas lomas de Palomeras. Una llamada de Kiko Argüello pidiendo auxilio había sido el detonante de aquel improvisado viaje. Una ley gubernamental obligaba a echar por tierra las barracas de los más desdichados.
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Cuando llegó Don Casimiro, los bulldozers que habían iniciado ya el terrible desahucio de la zona, pararon de inmediato. La policía, que presenciaba la escena, no daba crédito. El Arzobispo de la capital de España, nombrado por Franco como procurador en Cortes, se había presentado para evitar una gran injusticia. Solo tuvieron tiempo de tirar la barraca de Carmen…y se marcharon.
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La visita no sólo fue vital para no dejar a esas familias sin un techo, sino que aprovechando su presencia Don Casimiro pudo conocer en ese difícil ambiente la pequeña comunidad que se había formado. Tras rezar en la chabola de Kiko con los gitanos, quedó tan profundamente impactado que pidió llevar la experiencia a las parroquias de su diócesis. Había visto la renovación del Concilio que traía de Roma hecha carne en unos cuantos pobres y marginados.
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Se cumplía lo que indica el Evangelio de Lucas: ‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien’ (Lc. 10,21-24). Lo más sorprendente es que Kiko Argüello se había ido a vivir entre los marginados porque había escuchado por la radio a San Juan XXIII indicar dos meses antes del Concilio que la Iglesia debería ser la de los pobres: ‘la Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres’ (Radiomensaje de San Juan XXIII un mes antes de iniciar el Concilio Vaticano II. 11 de septiembre de 1962).
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Fue Mons. Morcillo la pieza fundamental para que esta semilla comunitaria entorno a la Palabra y la Eucaristía no quedara sofocada. Siempre salió en defensa de esta incipiente realidad que debía hacer frente a las dificultades y rechazos propios de una experiencia tan novedosa. Así lo relataba el periodista Jose Maria Berlanga en un artículo en el Semanario Alfa y Omega el 27 de mayo de 2004, con motivo del centenario de su nacimiento: ‘El otro episodio se refiere al iniciador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, quien siempre ha reconocido el apoyo decidido, desde primera hora, que le diera don Casimiro.
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Como había versiones diversas de contenidos y referencias contrapuestas, y algunos obispos no acababan de entender las extravagancias que se divulgaban, don Casimiro no tuvo mejor idea que invitar a comer en casa a varios obispos reticentes. Les expuso, con paciencia y detalle, los orígenes, estilo, contenido, personas que seguían el Camino. Había entre ellos un obispo más crítico, pero un poco sordo. Lo situó cerca de él, con la cortés excusa de que era el mayor, y le dio cuenta pormenorizada de cómo él mismo, don Casimiro, había pasado recientemente tres días en convivencia con los Kikos y ponía la mano en el fuego por el movimiento. Mas como no acababa de aceptar las explicaciones, no tuvo más remedio que decirle: «Don Fulano, fíese de mí, que me conoce desde hace bastantes años y siempre ha dado crédito a mi palabra»’.
Este riesgo que asumió Don Casimiro era fruto del don profético que le invitaba a cuidar aquella minúscula ‘iniciación cristiana’ que arrancaba con muchísimas dificultades y sin grandes objetivos. No sospechaba que aquella realidad por la que había apostado se convertiría en un inmenso árbol años después. De alguna manera Don Casimiro podría considerarse como uno de los ‘iniciadores’ del Camino Neocatecumenal, como así se le recuerda y menciona en los Estatutos.
Tras su muerte en 1971 llegó Mons. Vicente Enrique y Tarancón, que en unos convulsos años lejos de desentenderse ayudó a que la experiencia del Camino fuera poco a poco asentándose. En unas declaraciones al periódico ‘La Vanguardia’ el 13 de noviembre de 1974 al ser preguntado sobre el Sínodo que se acababa de celebrar en Roma sobre el tema ‘La evangelización en el mundo moderno’ indicó: ‘También aquí en España existen las comunidades neocatecumenales, y otras comunidades que se llaman cristianas, y todas son pequeñas comunidades que pueden admitirse perfectamente.
Yo lo que diría es que se ha visto clarísimo en el Sínodo que estas pequeñas comunidades pueden ser un gran elemento de evangelización en el mundo de hoy. Primero porque en una civilización de masas, el hombre, en medio de la multitud se siente solo, y entonces necesita fomentar esas relaciones humanas elementales, de convivencia humana y religiosas. En una parroquia no puede ser, porque es una multitud de personas las que asisten a Misa y que casi no se conocen entre si. En estos grupos de comunidad, pequeños, se pueden desarrollar estas relaciones humanas. Por otra parte, una masa cristiana como la que tenemos, no se puede renovar si no hay una levadura, y las pequeñas comunidades pueden ser esa levadura (…)
La conferencia episcopal española ha tomado una opción, y la opción es que la Iglesia sea eminentemente evangelizadora (…) hace falta que nos demos cuenta de que muchos de nuestros cristianos no están plenamente evangelizados. Hace falta que la misma administración de sacramentos vaya preparada por una evangelización apropiada (…) Esta es la opción que ha tomado la jerarquía española, como la ha tomado la italiana, porque precisamente en estos momentos es lo más urgente para evangelizar completamente a los nuestros, a fin de que su catolicismo resulte de un compromiso personal y sea, por tanto, un catolicismo auténtico’. Mons. Tarancón había entendido perfectamente la urgencia de transformación que necesitaba la Iglesia: era necesario vivir la experiencia comunitaria para hacer frente al ‘espíritu de la Gran Ciudad’ que se relata en el Apocalipsis, así como priorizar la evangelización de los bautizados para hacer madurar la fe de los creyentes.
Estamos hablando del año 1974, hace más de 40 años, cuando estos profetas ya estaban alertando sobre lo que iba a llegar. Y ya delineaban las líneas de trabajo para poder hacer frente. A pesar de todo, como dijo Jesucristo, ‘ningún profeta es bien recibido en su tierra’ (Lc. 4,24). Hoy nos preguntamos cómo hemos podido llegar hasta la situación actual. Sin embargo la pregunta podría ser otra: ¿porqué no escuchamos y creímos a los que Dios nos enviaba para advertirnos? Es la misma experiencia sobre el misterio de la incredulidad de Israel que expresa San Pablo: ‘Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación? La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo’ (Rom. 10, 15-16).
El término ‘comunidad’ está íntimamente ligado al de ‘comunión’, es decir, común-unión. Así lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles y los primeros textos de la Iglesia primitiva, la Didajé, la carta a Diogneto, o los Padres de la Iglesia. ‘Vivían unidos, y lo tenían todo en común, compartiendo incluso bienes’ (Hch. 4, 32). Todas las cartas paulinas y las de otros apóstoles como San Juan o San Pedro hacen referencia ineludible a la vida en comunidad cuando escriben: ‘sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1ª Jn, 3,14) ’La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente’ (Col. 3,16). La fe se desarrolla y se vive plenamente en una comunidad cristiana. Esto era posible porque había un conocimiento consciente y auténtico de quienes eran y formaban dicha comunidad. Este conocimiento traía consigo la ayuda mutua entre los distintos hermanos, porque no eran comunidades especialmente grandes, lo que hubiera dificultado, con la masificación, la vida común.
Eran por tanto grupos reducidos donde todos eran partícipes de las alegrías, penas, sufrimientos y necesidades de cada uno de sus miembros. De esta manera cuando a alguno se le presenta una crisis de fe, es tentado, o vive con serias dificultades, puede ser ayudado y fortalecido. Si nadie le conoce o sigue de cerca es muy probable que abandone la fe en un momento de dificultad, porque no se notaría su ausencia. Lo mismo sucede con los jóvenes. Cuando entran en la universidad, o en un ambiente laboral como el actual, si no tienen los recursos suficientes para hacer frente a las hostilidades que a menudo se le presentan, sucumbirán. Pero si detrás tienen una comunidad que les sostiene, alimenta, ayuda a discernir y da respuestas a sus problemas reales y existenciales… podrán salir airosos de las pruebas y exigencias propias de la edad.
San Juan Pablo II elogió y valoró este aspecto ‘novedoso’ del Camino. Para él vivir la fe en una comunidad dentro de la parroquia no implicaba necesariamente ningún obstáculo o impedimento para el desarrollo pastoral. La condición era que el párroco fuera el vértice sobre el que convergieran todas las realidades, como un padre de familia que tutela y quiere a todos sus hijos por igual, sin distinciones, cada uno en su particularidad e idiosincrasia: ‘Vosotros además lo hacéis en comunidad, lo vivís en comunidad. No es un proceso solitario, es un proceso comunitario, un camino juntos. Vivís con la alegría de redescubrir el Bautismo, su verdadero significado juntos’ Juan Pablo II’ Encuentro con las comunidades neocatecumenales en la visita de San Juan Pablo II a la Parroquia de San Juan Evangelista, Roma. 18 de noviembre de 1979.
Antonio Ávila, Director del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, en unas jornadas sobre el tema ‘caminando en comunidad’ indicaba que ‘en una comunidad cristiana el tamaño, el número de sus miembros, no puede desbordar más allá de un tamaño en el que las relaciones interpersonales sean posibles; y por el otro lado, una comunidad excesivamente pequeña, numéricamente hablando, imposibilita que se desarrollen los ministerios y los servicios que necesita la vida de una comunidad’.
En el Congreso de nueva evangelización organizado por las diócesis catalanas de Solsona y Vic en 2012 se abordaba sin tapujos esta cuestión. Los fieles actuales en las parroquias apenas se relacionan entre si. Son parte de la comunidad parroquial, ciertamente, pero no viven como comunidad. En el Congreso, tuvo especial protagonismo el testimonio de monseñor Dominique Rey, obispo de Fréjus-Toulon, sobre cómo, con la ayuda de diversos movimientos de índole comunitaria -entre ellos el Camino- ha hecho de su diócesis una diócesis misionera. Mons. Rey indicaba: ‘La clave está en insistir en el kerygma, el primer anuncio cristiano. Primero va el kerygma o anuncio, luego la didaché o catequesis, después la vida sacramental y litúrgica y por fin entrar en la vida de servicio o diaconía. Ese es el orden eficaz hoy’. Una de las sorprendentes conclusiones del congreso era la de motivar a los laicos de la parroquia para que, tras la celebración de la Misa, quedaran juntos a tomar algo, cenar, pudieran realizar celebraciones de estudio de la Palabra y oración en sus casas para conocerse y así amarse.
Muchos años antes San Juan Pablo II ya había alertado durante el Simposio de Obispos de Europa celebrado en Roma el 11 de octubre de 1985 que la fe en Europa se estaba muriendo y llamaba con urgencia abrir caminos urgentes de evangelización: ‘Para lograr un trabajo eficaz de evangelización, debemos volver a inspirarnos en el primer modelo apostólico. Este modelo, fundacional y paradigmático, lo contemplamos en el Cenáculo: los apóstoles están unidos y perseverantes con María, esperando recibir el don del Espíritu. Solo con la efusión del Espíritu comienza el trabajo de evangelización. El don del Espíritu es el primer motor, la primera fuente, el primer aliento de auténtica evangelización. Por lo tanto, es necesario comenzar la evangelización invocando al Espíritu y buscando dónde sopla el Espíritu (véase Jn 3, 8).
Algunos síntomas de este soplo del Espíritu ciertamente están presentes hoy en Europa. Para encontrarlos, apoyarlos y desarrollarlos, a veces será necesario abandonar esquemas atrofiados para ir donde comienza la vida, donde vemos que los frutos de la vida se producen “según el Espíritu” (ver Rom 8)’. Son muy elocuentes estas palabras de San Juan Pablo II porque la tendencia natural es la de continuar haciendo lo que siempre hemos hecho, creyendo siempre que es el otro el que tiene que cambiar, no yo… Arriesgar es un ejercicio propio de la fe, que como Abrahám arriesgó poniendose en marcha hacia lo desconocido, porque creyó contra toda esperanza y se apoyó, no en sus criterios y fuerzas, sino en la Palabra recibida de Dios. Así también la Virgen Maria, que arriesgó su vida quedando encinta sin todavía conocer marido. Y sin embargo ninguno de los dos quedaron confundidos.
En esta sincera intervención, el Papa estaba marcando la manera de llevar a cabo la nueva evangelización: Volver al primer modelo Apostólico, el del Cenáculo: es decir, nuevamente la pequeña comunidad cristiana. Es el modelo original, el modelo de la Iglesia apostólica. Pequeñas comunidades que lo tenían todo en común. Donde aparecía el amor en la dimensión de la cruz: ‘Amaos como yo os he amado, y sed perfectamente uno, y el mundo creerá’. Es Palabra de Dios, una pastoral no nacida en un despacho, o fruto de grandes estudios críticos o análisis estadísticos. Es una pastoral revelada, porque es la que podemos contemplar en los Hechos de los Apóstoles o las cartas de San Pablo.
Si se quiere hacer frente a los desafíos de la secularización y descristianización la Iglesia debe volver al modelo primitivo, a la vida en pequeñas comunidades. No lo dice el Camino Neocatecumenal. Como hemos visto lo están diciendo los Papas: Así lo manifestaba San Juan Pablo II en su visita a la parroquia de Santa Maria Goretti de Roma el 31 de enero de 1988: ‘Hay un modo, pienso yo, de reconstruir la parroquia basándose en la experiencia neocatecumenal… es muy coherente con la naturaleza misma de la parroquia’ indicando también en otra ocasión poco después ‘Es el anuncio del Evangelio, el testimonio en pequeñas comunidades y la celebración eucarística en grupos lo que permite a sus miembros ponerse al servicio de la renovación de la Iglesia’ (San Juan Pablo II. L’Osservatore Romano, 24-12-1988).
Es también significativo el mensaje que San Juan Pablo II envió a más de un centenar de Obispos europeos pocos años después, reunidos en abril de 1993 en una convivencia en Viena con los iniciadores Kiko y Carmen sobre la realización y misión del Camino en las parroquias: ‘dichas comunidades forman células vivas de la Iglesia, renuevan la vitalidad de la parroquia mediante cristianos maduros capaces de testimoniar la verdad con una fe radicalmente vivida’.
Poco tiempo después, en una convivencia similar con 250 Obispos de toda América con los iniciadores del Camino en abril de 1997 en Nueva York, San Juan Pablo II escribió un telegrama a los presentes: ‘La “Nueva Estética” introducida por el Camino Neocatecumenal a través de su iniciación bíblica y litúrgica está demostrando, en la realidad de los hechos, que es capaz de hacer frente al impacto cultural de la megalópolis que amenaza la vida de la Iglesia’.
También San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Post-sinodal ‘Iglesia en América’ en 1999 afirmaba: ‘la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucarística y lugar de la iniciación cristiana, de la educación y la celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas y servicios. La parroquia como comunidad de comunidades y movimientos. Una institución parroquial así renovada es una gran esperanza’.
El Cardenal Joseph Ratzinger, hace casi 25 años, siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afrontó en libro-entrevista ‘La sal de la Tierra’ los principales problemas del cristianismo y de la Iglesia Católica. Respondiendo a una pregunta al respecto realizada por el periodista Peter Seewald indicaba: ‘tiene razón en decir que es muy necesario un entorno cristiano. No se puede ser cristiano aisladamente; ser cristiano significa formar parte de una comunidad en camino. Por eso debe ser preocupación de la Iglesia crear esas comunidades (…) ¿Cómo podrá vivir la Iglesia en una sociedad tan descristianizada? La Iglesia tiene que crear otras comunidades nuevas para hacer el camino, y luego las comunidades, por su parte, tendrán que apoyarse y ayudarse mutuamente a vivir mejor la fe en esa nueva forma de vida’.
Además en su libro ‘La fraternidad cristiana’, fundamentaba la aseveración de que es imposible la vida cristiana sin la comunidad. No se puede prescindir de la vida comunitaria en la Iglesia. Siendo Prefecto ya vislumbraba la necesidad para la Iglesia, en una sociedad ambientada por un entorno no cristiano, ‘de crear células donde los cristianos pudieran encontrarse, ayudarse, y formarse’.
El Directorio General de las catequesis, publicado por la Congregación para el Clero en 1997, reafirmaba en sus textos la importancia del trípode sobre el que se sustenta el Camino Neocatecumenal: ‘Palabra – Liturgia – Comunidad’: ‘La catequesis de iniciación pone las bases de la vida cristiana en los seguidores de Jesús. El proceso permanente de conversión va más allá de lo que proporciona la catequesis de base o fundante. Para favorecer tal proceso, se necesita una comunidad cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos en la fe. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis (núm. 210). El acompañamiento que ejerce la comunidad en favor del que se inicia, se transforma en plena integración del mismo en la comunidad’ (Directorio General para la catequesis 1997. Núm. 69).
Es por tanto incuestionable que la parroquia debe transformarse en un ámbito misionero ad extra pero también ad intra. Así lo expresó el Arzobispo de Viena, el Cardenal Schönborn, en su intervención dentro del coloquio ‘Parroquias y nueva evangelización’, organizado por la Comunidad del Emmanuel en colaboración con el Instituto Redemptor Hominis, del 30 de enero al 1 de febrero de 2003. En la misma explicó ‘cómo una parroquia se convierte en misionera a través de la iniciación cristiana y la vida en comunidad’.
El documento final de trabajo de los obispos de Latinoamérica (CELAM) durante la Cuarta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de 1992 en Santo Domingo que reflexionaba sobre la renovación conciliar y la nueva evangelización utilizó este mismo término en su 1.2.2. sobre la parroquia: ‘La parroquia, comunidad de comunidades y movimientos, acoge las angustias y esperanzas de los hombres, anima y orienta la comunión, participación y misión (…) La parroquia tiene la misión de evangelizar, de celebrar la liturgia, de impulsar la promoción humana, de adelantar la inculturación de la fe en las familias, en las Cebs, en los grupos y movimientos apostólicos y, a través de todos ellos, a la sociedad. La parroquia, comunión orgánica y misionera, es así una red de comunidades’ (Santo Domingo, Conclusiones 58).
Esta misma terminología hemos visto que será utilizada años después en el documento conclusivo de Aparecida de 2007 de la 5ª conferencia general del CELAM donde también se reconocían los frutos de la vida comunitaria: ‘Para la Nueva Evangelización y para llegar a que los bautizados vivan como auténticos discípulos y misioneros de Cristo, tenemos un medio privilegiado en las pequeñas comunidades eclesiales’ (núm. 307) Si se quieren pequeñas comunidades vivas y dinámicas, es necesario suscitar en ellas una espiritualidad sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en plena comunión de vida e ideales con la Iglesia local y, en particular, con la comunidad parroquial. Así la parroquia, por otra parte, como desde hace años nos lo hemos propuesto en América Latina, llegará a ser “comunidad de comunidades’’ (núm. 309).
Por otro lado el Cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y primado de España, colaborador de Benedicto XVI como miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Comisión Pontificia «Ecclesia Dei», y posteriormente nombrado Prefecto para la Congregación del Culto Divino en una entrevista de Zenit realizada el mes de julio de 2007 en Querétaro (México) opinó sobre el laicismo y la situación de la Iglesia, expresando que éste lleva a la destrucción del hombre, ya que ‘no apuesta por el bien’ y que la misión de la Iglesia es precisamente la de ‘hacer llegar esa salvación, de la cual es protagonista, a todos los hombres’.
Para el Cardenal, la Iglesia en el futuro: ‘Será una Iglesia que, desde una experiencia muy honda de Dios, testifique al Dios vivo en medio de los hombres; una Iglesia eminentemente evangelizadora, o sea, eminentemente eucarística. Una Iglesia de pequeñas comunidades pero abierta totalmente al hombre’. A su vez, preguntado sobre la misión permanente hacia los ya bautizados que debe tener la Iglesia en nuestro continente, y que fue el tema de fondo del documento de Aparecida, el Primado de España respondió: ‘Es necesario que los bautizados sean evangelizados a su vez. La evangelización de los bautizados es la catequesis. Necesitamos que haya en todos los ámbitos cristianos que vivan su identidad de cristianos; solamente la identidad de cristianos podrá ofrecer el testimonio de Jesucristo para los hombres’.
También Mons. Santiago Jaime Silva Retamales en la decimoséptima congregación general en 2012, actualmente Obispo de Valdivia en Chile y Presidente de la Conferencia Episcopal Chilena indicaba: ‘La Nueva Evangelización pasa por una parroquia de “rostro nuevo”, capaz de acompañar en la fe y en el mundo personal y afectivo a la gente, de lo que más se carece hoy en nuestra sociedad. Las parroquias debieran ser una red de comunidades eclesiales que, en sus concretos contextos, sustenten la fe en Cristo Jesús y su seguimiento y, por lo mismo, el crecimiento en la dimensión humana integral’.
Por último, entre las numerosísimas referencias a esta cuestión, el Cardenal y Arzobispo de Barcelona, Mons. Juan José Omella, invitado al X Congreso Teológico Pastoral en el Seminario Diocesano en Cáceres en junio de 2018, recordó precisamente la necesidad para ser misioneros de vivir la fe en la parroquia siguiendo un modelo comunitario: ’Nosotros crecemos y compartimos nuestra fe en una parroquia. Una estructura familiar, cercana, en el mundo de hoy.
La parroquia sigue siendo un lugar de evangelización. El Papa nos anuncia en Evangelii Gaudium, n. 28, que la parroquia es insustituible. No es una estructura caduca, requiere creatividad misionera. Seamos creativos, no repetitivos. Además, la parroquia es comunidad de comunidades. Todos se encuentran y comparten la fe. Todos los estilos tienen cabida’, añadía Mons. Omella, quien destacó que debe ser una parroquia no aislada, abierta al entorno y que tengan cabida incluso los que no creen en Dios. Hizo una llamada a la revisión y la renovación de las parroquias para que sean fuentes de participación.
Es sorprendente como con el paso de los años han aparecido iniciativas dentro de la Iglesia que, analizando la situación actual, llegan a la misma conclusión que la ofrecida por el Camino Neocatecumenal en los años 60. El caso más conocido es el del canadiense P. James Mallon que en su libro ‘Una renovación divina’ de 2015 detalla, en base a su propia experiencia, cómo pasar de una pastoral parroquial a de ‘mantenimiento’ a una pastoral ‘misionera’: Sin dejar de lado el mantenimiento propio de los Templos y de las necesidades de los feligreses, las parroquias están llamadas a ir más allá y abrazar la misión fundamental de la Iglesia, que es hacer discípulos.
Por último, el 20 de julio de 2020 la Santa Sede publicaba un valiosísimo documento que en definitiva venía a sellar las intuiciones del Camino Neocatecumenal al ligar la pastoral de evangelización con la transformación de las parroquias. En la Instrucción sobre la conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia realizada por la Congregación para el Clero, se explicitaba la manera de clara la manera de realizar la conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Sin entrar a valorar todo el documento sorprende el reconocimiento de que el modelo actual necesita ‘rejuvenecerse’, es decir, no podemos continuar como hasta ahora: ‘Es, por ello, urgente involucrar a todo el Pueblo de Dios en el esfuerzo de acoger la invitación del Espíritu, para llevar a cabo procesos de “rejuvenecimiento” del rostro de la Iglesia’ (Núm. 10). Es importante replantear no solo una nueva experiencia de parroquia, sino también, en ella, el ministerio y la misión de los sacerdotes, que, junto con los fieles laicos, tienen la tarea de ser “sal y luz del mundo” (cfr. Mt 5, 13-14)’ (Núm. 13). Es decir, esta renovación no es únicamente una nueva manera de organización del clero de la parroquia, sino que para se necesita la plena comunión y colaboración entre pastores y fieles para convertir a la comunidad parroquial en evangelizadora. Su V apartado, titulado ‘Comunidad de comunidades’: la parroquia inclusiva, evangelizadora y atenta a los pobres, recuerda las palabras anteriormente citadas del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium sobre la unidad en la diversidad de dones y carismas que aparecen.
Es este modelo parroquial un modelo de éxito que hace que la parroquia tenga la capacidad de evangelizar hacia dentro pero fundamentalmente hacia fuera. Las pequeñas comunidades son pequeñas células que van creciendo y multiplicándose, generando el ambiente propicio para atraer a los alejados que ven en este modelo una novedad de vida cristiana y para los que viven dentro el humus fecundo para ir madurando en la fe.