‘La Iglesia de Fuentes y el retorno a las Fuentes’

Los caminos del Señor son inescrutables y sus designios sorprendentes. Muchas veces nos deja en la historia señales luminosas que, aunque parezcan meras coincidencias, no lo son, y son detalles propios de su amor.
Esta semana ha tenido lugar un hecho histórico que podría ser la culminación de un signo profético que comenzó hace casi 60 años y cuya repercusión, aunque podamos intuirla, no es posible todavía alcanzar a valorar.
Recordaba el profeta Miqueas que de Belén de Efratá, aún siendo la menor entre las familias de Judá, de ella saldría el definitivo Pastor de Israel, pues Dios tiene debilidad por lo débil y frágil, lo que aparentemente no vale, para mostrar su Gloria y confundir así a sabios e inteligentes (1ª Cor. 1,27). Y así ha sido como en un pueblo abandonado de la provincia de Segovia, podría, de algún modo, cumplirse esta afirmación.
Fuentes es una antigua aldea deshabitada de la provincia de Segovia, nacida en los albores del siglo XII junto al rio Eresma, y que a mediados del siglo XX quedó completamente abandonada. Con casas medio derruidas, sin calles ni construcciones ya visibles, más que unas pocas piedras, se erige, en lo alto de una loma, una Iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Había quedado milagrosamente en pie tras el paulatino abandono del lugar, pero con amenaza de ruina. La construcción, aunque anterior al siglo XVIII, se había reformado en 1740, y desde esta fecha se mantenía hasta que con la pérdida paulatina de población se había ido deteriorando de tal modo que ya prácticamente no tenía techo, ni suelo, ni elementos litúrgicos, que habían sido sustraídos o estaban repartidos en otras parroquias.
Quiso la providencia, en esas coincidencias de la vida, que un jovencísimo Kiko Argüello, con unos 25 años, conociera este inhóspito paraje del páramo castellano y quedara impresionado por su belleza. Impresionantes campos de cereal rodeaban la iglesia hasta donde la vista podía alcanzar.
Kiko había tenido una profunda conversión tras una grave crisis existencial que le había hecho acercarse nuevamente a Jesucristo y a redescubrir a la Iglesia presente entre los más pobres, y que, como el Siervo de Yahvé, hacían presente el misterio del sufrimiento de los inocentes. Con la ayuda de diversas experiencias propicias, entre ellas el conocimiento de la vida del recientemente declarado Santo Charles de Foucauld, se fue a vivir en silencio en medio de los desheredados de las barracas de Palomeras Altas en Madrid el año 1964. En la Iglesia Católica, en esos momentos, se celebraba el Concilio Vaticano II.

En medio de dificultades y combates, buscando como hacían los padres del desierto la intimidad con el Señor, se retiraba puntualmente a Fuentes, aprovechando la soledad que proporcionaba, para orar y meditar la Escritura. El interior de la inhóspita Iglesia y el pequeño arroyo que nutría al río Eresma, que discurría a unas decenas de metros justo al pie de la loma, eran sus únicos sustentos, no solo por el cobijo que aportaba el interior de la iglesia frente a las inclemencias sino también por la necesidad de disponer de agua. Justamente serán estos dos signos los pilares en lo que después se ha convertido el Camino Neocatecumenal: un itinerario de fe en el interior de la Iglesia y bajo su amparo, que redescubre el ser cristiano a través de las aguas del bautismo.
Kiko venía de una vida acomodada, de atista de éxito tras su premio nacional extraordinario de pintura, y que quedó marcada, curiosamente, por varias coincidencias que no son de ningún modo casualidad: En 1962, antes de irse a las barracas, había vivido en Segovia, mientras realizaba una experiencia en el Monasterio del Parral de los padres Jerónimos, de quienes aprendió su amor a la Palabra de Dios y a la oración. Tras una temporada en el Monasterio, su Director espiritual, el entonces provincial de los dominicos, le había invitado a terminar la carrera de Bellas Artes antes de dar un paso más decidido en su discernimiento vocacional. En sus tiempos de estudiante había entrado en contacto con la espiritualidad de la Orden de Predicadores, en la Residencia de los Padres Dominicos de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, donde habitualmente iba a Misa y recibía formación. Allí entabló contacto con el Padre Aguilar, un dominico de gran prestigio que había formado un grupo de arte con cerca de 30 artistas de distinto signo y con el que había hecho un viaje por Europa estudiando el arte sacro. Allí vivió durante tres años y conoció al famoso vidrierista segoviano, Muñoz de Pablos, que lo había llevado a su tierra en diversas ocasiones y con el que entabló amistad.
Fue en Segovia por tanto dónde, gracias a un dominico, Kiko decide volver a Madrid. Poco tiempo después hará la primera experiencia entre los pobres. Allí en Segovia había vivido también durante un tiempo Santo Domingo de Guzmán. Era el año 1218, en los inicios del siglo XII, el mismo siglo que nace Fuentes.
El fundador de recién aprobada Orden de predicadores había vivido en soledad, con ayuno, oración y también predicando a los lugareños, en una zona de grutas junto al río Eresma, el mismo que varias decenas de kilómetros más arriba pasa junto a Fuentes. Aún hoy se puede visitar en Segovia la cueva de Santo Domingo, transformada en una pequeña y majestuosa capilla dentro del convento dominico, y en la que el Santo tuvo grandes luchas contra el demonio.
Mientras el pueblo de Fuentes nace y florece en la época de Santo Domingo, languidece y desaparece en la de Kiko Argüello. Y es allí donde el Señor lo lleva, como al pueblo de Israel tras la liberación de la esclavitud del Faraón… al desierto. Allí el Señor, como con su pueblo, establecerá una alianza y lo preparará para su verdadera misión: entrar en la libertad de la tierra prometida. Lo que es en definitiva el Misterio Pascual.
Tras sus escapadas a este recóndito lugar discernirá que la voluntad de Dios pasa por irse a vivir entre los pobres de Palomeras Altas de Madrid. Dios ha ido preparando el terreno, y entre los pobres aparecerá lo que será posteriormente el trípode sobre el que se basa este itinerario de fe: Palabra – Liturgia – Comunidad. En este suceso de acontecimientos que Dios permite hay una fecha clave: El 28 de agosto de 1965 aparece el Cardenal Arzobispo de Madrid, Mons. Casimiro Morcillo, en las Barracas de Palomeras, para impedir ejecutar una orden de derribo de las chabolas. A la guardia civil solo le da tiempo de tirar la de Carmen.
Ese día el Cardenal Arzobispo de Madrid entrará en contacto con la realidad de la comunidad que se ha formado y de la que se queda profundamente conmocionado. Se daría la circunstancia que el Cardenal Morcillo había sido subsecretario del Concilio, por lo que conocía en profundidad el auténtico espíritu de renovación que se estaba gestando y que identificó en Palomeras, pues no en vano San Juan XXIII había hablado de la ‘Iglesia de los pobres’ un mes antes de iniciar el Concilio en un mensaje radiofónico para toda la Iglesia.
A partir de ese momento Carmen Hernández decidirá colaborar definitivamente con Kiko y, siguiendo las indicaciones del Cardenal, ir a las parroquias. Aunque el Espíritu ya estaba soplando, esta minúscula realidad que había brotado deberá ser confirmada por la Madre Iglesia, representada en la figura de Mons. Morcillo, que dará su aprobación a la realización de este itinerario como una fuente de la regeneración del hombre nuevo siguiendo los cauces del catecumenado de la Iglesia primitiva.

Un mes después de la visita del Arzobispo, y animados por su presencia, en septiembre de 1965, Kiko y Carmen partirán a Fuentes para realizar una primera convivencia de varios días, de 17 al 22, junto con los pobres de las barracas. Las piedras de la Iglesia serán testigos del nacimiento del primer germen de lo que se transformará con el tiempo en el Camino Neocatecumenal.

En su interior celebrarán la Eucaristía con las dos especies, como había permitido el Concilio en la Sacrosantum Concilium nº 55 aprobada pocos años antes, el 4 de diciembre de 1963. El Concilio está a punto de concluirse, pero el Espíritu ya lo estaba concretizando en una insignificante realidad con cuatro marginados reunidos en una Iglesia medio derruida de un pueblo abandonado. Como un grano de mostaza, apenas visible de lo pequeño que es.
Tras la convivencia en Fuentes volvieron todos a Madrid, y con la ayuda de Mons. Morcillo y siguiendo sus indicaciones, comenzaron a reunirse para las celebraciones en una iglesia de la cercana Colonia Sandi, que era un barracón. Ese mismo otoño acudió a Palomeras el Padre Conrado Monreal, religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones y párroco del Cristo Rey de Madrid, que había conocido a Kiko en los Cursillos de Cristiandad y que quedó impresionado de cómo la comunidad celebraba la Eucaristía. Les invitó a su parroquia a dar unas charlas, y allí nacieron, casi de manera improvisada, en enero de 1966, lo que son actualmente las catequesis iniciales del Camino, que son unas catequesis fundamentalmente kerygmáticas. De este modo veía la luz la primera comunidad dentro de una Parroquia. Al año siguiente, enero de 1967, dieron las catequesis en la Parroquia de San Frontis en Zamora, y en Ávila.
El siguiente encuentro en Fuentes será para celebrar el Triduo Pascual ese año de 1967. El Concilio Vaticano II había concluído con la clausura celebrada el día de la Inmaculada, el 8 de diciembre de 1965, justo 6 años después de que Kiko recibiera de la Virgen el mensaje de ‘hacer comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret’.
Para los oficios del jueves y viernes Santo se habían congregado precisamente ‘doce personas’ en la Iglesia: Kiko y Carmen, un presbítero que los acompañaba, con varios hermanos de Madrid y algunos venidos improvisadamente de Valencia, que habían conocido a Kiko en una visita que había hecho en noviembre de 1966. Para la Vigilia Pascual, la noche del 25 al 26 de marzo de 1967, se incorporaron además de los doce que ya estaban, los hermanos de la comunidad de Palomeras y de la comunidad acabada de nacer en la parroquia de Cristo Rey. Esa Vigilia Pascual, la primera en realizarse durante toda la noche hasta el alba, tendrá una importancia fundamental en lo que será la génesis, composición y teología de todo el Camino Neocatecumenal, que se fundamenta en el redescubrimiento del misterio pascual, el cual está íntimamente ligado al bautismo.
Ya San Juan Pablo II y Benedicto XVI habían subrayado, como así consta en los Estatutos aprobados (art. 12) el valor de la Pascua para el itinerario de fe de los catecúmenos y de todos los cristianos. Pero el Papa Francisco fue más allá al reconocer en una visita de Obispos ad limina de la República dominicana en 2015 que el Camino había ayudado a toda la Iglesia a recuperar y reintroducir la fuerza de la Pascua, salvando lo que realmente es su signo más auténtico y central, el de la noche, al celebrarse como una auténtica vigilia, en una auténtica espera escatológica de la Resurrección de Jesucristo, como canta el Pregón al referirse a Cristo como la luz del Cirio que destruye las tinieblas: ‘Que el lucero matutino lo encuentre ardiendo’
¿Quien iba a suponer, en aquellos años aciagos, a los que fueron testigos en Fuentes de aquella celebración, sin luz eléctrica, solo acompañados de las velas y el cirio pascual, con la escasa ayuda de un brasero que les proporcionaba algo de calor y la compañía de diversos hermanos, en una Iglesia abandonada con el techo caído y el suelo húmedo, que estaban siendo protagonistas de un hito histórico? La Iglesia había recuperado con el Concilio la centralidad del misterio Pascual como axis de la vida cristiana, tal como había soñado San Juan XXIII en su mensaje radiofónico un mes antes de iniciar el Concilio: ‘¿qué viene a ser un Concilio Ecuménico sino el renovarse de este encuentro del rostro de Jesús RESUCITADO, rey glorioso e inmortal, radiante en toda la Iglesia para salud, alegría y resplandor de las naciones?’
Años después, en 1988, lo reafirmaría la Iglesia en una carta de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos titulada ‘Paschalis Sollemnitatis’ donde subrayaba el valor de celebrar la Vigilia durante la noche, frente a la costumbre arraigada ‘de haber reducido su celebración a una mera Misa vespertina’. El Misal Romano, en las rúbricas iniciales de la Vigilia Pascual (nº 3), ofrecía también un resumen hermoso del sentido de esta santísima liturgia: ‘Según antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que en ella se celebra para conmemorar la noche santa de la resurrección del Señor, es considerada como la madre de todas las santas vigilias. En ella la Iglesia velando espera la Resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la Iniciación cristiana’.
Esta novedad, promovida por el Concilio Vaticano II pero que se había gestado ya con el Papa Pio XII en 1951 tras siglos de ostracismo, pues se había reducido a una celebración el sábado santo por la mañana sin ninguna trascendencia, tenía además su origen en los albores de la fe, cuando Jesucristo celebra su Pascua la noche que iba a ser entregado, hecho que entronca con la Pascua del pueblo hebreo, la noche de la liberación, en la que Dios viene a destruir nuestra esclavitud, como indicaba la carta ‘Paschalis Sollemnitatis’: “La Vigilia pascual nocturna durante la cual los hebreos esperaron el tránsito del Señor, que debía liberarlos de la esclavitud del faraón, fue desde entonces celebrada cada año por ellos como un «memorial»; esta vigilia era figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”(Num. 79).
Tras el nacimiento de las primeras comunidades neocatecumenales en diversas parroquias de España en 1967, y tras el redescubrimiento de la Vigilia Pascual en Fuentes, al año siguiente, 1968, Kiko y Carmen fueron a Roma, donde nacerían las primeras comunidades de Italia, tras la catequización de la Parroquia de Mártires Canadienses. Al año siguiente, 1969, de vuelta a la Ciudad Eterna, harían las catequesis en las parroquias de Santa Francesca Cabrini, San Luigi Gonzaga y en la Nativitá.
Con el nacimiento de las primeras comunidades se vio la necesidad de realizar equipos de evangelización, pues Kiko y Carmen no daban ya a basto con las peticiones que tenían para iniciar el Neocatecumenado. Así, en el año 1969, se realizará también en Fuentes la primera convivencia de itinerantes, de donde partirían por sorteo los primeros equipos a evangelizar por Europa y América. Allí se congregaron durante más de dos semanas numerosos hermanos procedentes de Madrid, Zamora, Ávila y Roma, para discernir la voluntad de Dios en un ambiente de oración, ayuno y penitencia. Es pues este acontecimiento histórico vivido también en Fuentes el inicio de la misión del Camino Neocatecumenal en el mundo, que poco a poco se extenderá hasta implantarse en más de 130 naciones. Allí, frente a los campos castellanos que se preparan para la siega en el caluroso verano, Kiko y Carmen vieron cumplir la palabra de San Mateo: “la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envié obreros a su mies” (Mateo 9, 35).
El pasado 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar, y un día después que se cumpliera el 60 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, se inauguraba la reforma de esta Iglesia de nuestra Señora de la Asunción de Fuentes, advocación de la que Carmen Hernández era especialmente devota.
El Obispo de Segovia, Mons. César Augusto Franco, quiso re-inaugurar la Iglesia tras la reforma y agradecer al Camino Neocatecumenal, que ha asumido tras varios años de trabajos la financiación de la cuidadosa reforma y restauración, los frutos que hunden sus raíces en este Iglesia. Este acontecimiento es una palabra profética sobre cómo se puede ayudar a restaurar la Iglesia: mediante la recuperación del misterio pascual y el anuncio del Evangelio. En estos tiempos difíciles de secularización, con el progresivo abandono de la fe, en el que una sociedad completamente anti-cristiana se levanta, la Iglesia de Fuentes, bajo la protección de la Santa Virgen María, estrella de la nueva evangelización, es una llamada a que la Iglesia debe volver al ‘primer modelo apostólico, el del cenáculo’ (Discurso de San Juan Pablo II a los participantes en el VI Simposio del Consejo de conferencias episcopales de Europa – Vivienda, 11 de octubre de 1985).

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