La celebración de la Pascua, o Vigilia Pascual, que es el centro de la vida de la Iglesia y madre de todas las Vigilias, como rezan los textos de la Iglesia Primitiva, hunde sus raíces más profundas en la Pascua hebrea, celebrada en un ambiente festivo durante toda la noche como memorial de la salida de Egipto, está en grave peligro dentro de la Iglesia. La celebración más importante del año se ha convertido, desde la recuperación que propició el Papa Pio XII, en una Misa vespertina de hora y media -en el mejor de los casos-, con escasa presencia de fieles, especialmente en occidente… la Semana Santa se ha convertido en el oasis vacacional de primavera y no en el centro de la vida de los cristianos, donde los signos sacramentales, como la celebración del bautismo, son ritos completamente excepcionales.
El Camino Neocatecumenal ha conseguido mantener la fuerza de esta costumbre antigua que recuperó Pio XII en 1951 tras siglos de ostracismo, y que promovió muy especialmente el Concilio Vaticano II con la reforma de la Sagrada Liturgia, dándole la dignidad que merece, y viviéndola como lo que és: una vigilia nocturna, de oración y espera escatológica durante toda la noche, donde los fieles permanecen unidos en oración hasta el ‘lucero de la mañana‘ como canta el Pregón Pascual.
Sólo la recuperación de la belleza del signo de estar toda la noche esperando podrá infundir en la Iglesia una nueva vitalidad para hacer frente a los retos de la secularización en este Tercer Milenio. Es la Vigilia Pascual el centro, la base, el fundamento de toda la renovación eclesial, pastoral y sacramental que la Iglesia necesita para volver a la fuerza que tuvo la Iglesia primitiva en medio de un mundo pagano. Este artículo pretender infundir la conciencia de esta importancia siguiendo lo que marca uno de los documentos más importantes al respecto, la Carta Paschalis Sollemnitatis de la Congregación para el Culto divino de 1988.
Hace pocos años el fallecido liturgista P. Javier Sánchez, de la diócesis de Córdoba, escribía un artículo interesante sobre la celebración de la Pascua del Señor en la Iglesia, dónde ponía precisamente el acento en la importancia de la misma como celebración nocturna. Este hecho, es sin embargo, desconocido para la mayoría de católicos, dónde la Vigilia Pascual ha quedado relegado al último plano dentro de la Semana Santa, dónde los oficios de Domingo de Ramos, Jueves y Viernes Santos destacan más por su aspecto devocional y tradicional. La Vigilia Pascual, la noche de las noches, la madre de todas las vigilias, es la gran víctima de este tiempo central de la vida cristiana.
En 1988 una Carta de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos titulada Paschalis Sollemnitatis sobre la Vigilia Pascual expresaba su preocupación por esta decadencia celebrativa: “Sin embargo, en algunos países se ha ido atenuando con el pasar del tiempo el entusiasmo y el fervor con que se recibió la instauración de la Vigilia pascual. En algunas partes se ha llegado a perder la misma noción de «vigilia», hasta el punto de haber reducido su celebración a una mera Misa vespertina en cuanto al tiempo y el modo como se suele celebrar la Misa del domingo en la tarde del sábado precedente”.
La gran celebración anual de la Iglesia es, precisamente la Santa Pascua de su Señor; una Vigilia nocturna que transcurre en su honor, y que recuerda e imita a las vírgenes que, con las lámparas encendidas, aguardaban la vuelta del Esposo (Mt. 25). Este oficio anual requiere, por su propia naturaleza, todo el despliegue de solemnidad y de amor de la Iglesia. La Vigilia Pascual es un tesoro de fuerza espiritual, litúrgica y pastoral inabarcable.
Así lo estipula la carta Paschalis Sollemnitatis: “Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo». Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier abuso o costumbre contrario que, poco a poco se haya introducido y que suponga la celebración de la Vigilia pascual a la hora en la cual, habitualmente, se celebran las Misas vespertinas antes de los domingos, ha de ser reprobado” (Num. 77.2)
El Misal romano, en las rúbricas iniciales de la Vigilia Pascual (n. 3), ofrece un resumen hermoso del sentido de esta santísima liturgia: “Según antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que en ella se celebra para conmemorar la noche santa de la resurrección del Señor, es considerada como la madre de todas las santas vigilias. En ella la Iglesia velando espera la Resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la Iniciación cristiana”.
Durante los primeros siglos de la Iglesia la celebración de la Vigilia, que bebía de las fuentes hebreas en lo relacionado a la Pascua (Pésaj) como paso de la esclavitud a la libertad (que se produjo en medio de la noche) continuó con su carácter eminentemente nocturno. Cristo le dará un cumplimiento pleno al significar el paso de la muerte a la vida en su propio cuerpo. Estos signos se evidenciaban con la entrada en la muerte, en la figura de la noche, y la llegada de la luz del nuevo día, signo de la Resurrección. Esperar el alba era, por tanto, el eje sobre el que giraba toda la celebración: La Pascua era por tanto una ‘espera escatológica’ de la Resurrección del Mesías, donde se hacía carne el ‘Maranatha’ de la Liturgia eucarística que todos los domingos celebramos.
Así lo recuerda la antes mencionada Carta Paschalis Sollemnitatis: “La Vigilia pascual nocturna durante la cual los hebreos esperaron el tránsito del Señor, que debía liberarlos de la esclavitud del faraón, fue desde entonces celebrada cada año por ellos como un «memorial»; esta vigilia era figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo” (Num. 79).
Respecto a este primer aspecto podríamos hacer una reflexión más profunda con la pregunta sobre ¿cual es el problema actual? Quizás precisamente este: que una gran cantidad de fieles ya no esperan nada. Simplemente, la única espera, es que la celebración acabe lo antes posible…
Estamos viviendo una época de secularización que está también afectando a la Iglesia, en todos sus ámbitos: doctrinales, pastorales, y también litúrgicos. Existe una tendencia a celebrar de una manera rápida y práctica, perdiendo la solemnidad, la unción y la importancia de los signos. Se prima la eficacia humana sobre la eficacia divina. Lo importante ya no es ‘entrar en el misterio’, sino simplemente ‘celebrarlo’, aunque sea con una celebración de ‘mínimos’, y de una manera más o menos ágil para no cansar.
La historia de la Iglesia está llena de momentos y situaciones que han ido interfiriendo en la praxis litúrgica, modificándola y desdibujando en algunos casos su belleza y lo fundamental de su contenido. Con el paso de los siglos la forma pascual celebrativa en pequeñas o medianas asambleas (no olvidemos que la pascua hebrea se celebra aún hoy en las casas, en una liturgia ‘doméstica’ donde la participación de los fieles era fundamental), pasó a convertirse en una liturgia con exceso de signos y prácticas, donde el pueblo ya no ‘participaba’ sino que ‘observaba’. El peso de la celebración recaía sobre el clero que, elevado sobre el presbiterio, funcionaba casi de manera autónoma con respecto al pueblo congregado. Durante la edad media la Pascua fue convirtiéndose en un devenir de ritos, rúbricas y oraciones que adornaban la celebración y la hacían penosamente larga, ininteligible y de difícil ejecución. El Misal reformado después de Trento y promulgado por san Pío V en 1570 apenas si experimentó modificación alguna durante los cuatro siglos siguientes. La estructura básica de la celebración conservaba el esquema original de la Vigilia, tal como ésta había quedado configurada a principios de la Edad Media : 1º Lucernario pascual; 2º Lecturas del Antiguo Testamento; 3º Liturgia bautismal; 4º Misa.
Aparte las observaciones referidas a la celebración misma, habría que destacar aquí, como una triste adulteración, el desplazamiento de la hora. En esto la iglesia romana había ido rompiendo paulatinamente con la más genuina tradición de la Iglesia. La Vigilia Pascual había sido concebida siempre, desde sus inicios, como una celebración nocturna. Sin embargo, por una serie de circunstancias, la hora fue adelantándose paulatinamente hasta que se estableció la costumbre de celebrar la Vigilia a primeras horas de la mañana del Sábado Santo, mal llamado por ese motivo Sábado de Gloria. Lo cual, naturalmente, provocaba una curiosa situación de absurda incongruencia.
Todos los expertos advierten que la reforma litúrgica de Pío XII fue una especie de ensayo de lo que sería después la reforma promovida por el Concilio Vaticano II.
El 9 de febrero de 1951 apareció un primer decreto de la Sagrada Congregación de Ritos instaurando «ad experimentum» la Vigilia Pascual. Era una respuesta a las múltiples demandas, provenientes de numerosas iglesias de todo el mundo, pidiendo la restauración de la Vigilia. En esta primera reforma aparecía ya configurada, en sus líneas básicas, lo que sería la reforma posterior. El cambio más espectacular fue, sin duda, la recuperación de la hora de la vigilia que se remitía «ad horas nocturnas». En documentos posteriores la hora quedará establecida en términos más exactos: «La Vigilia Pascual debe celebrarse a la hora oportuna, es decir, a una hora que permita poder comenzar la misa solemne de la vigilia hacia la media noche entre el sábado santo y el domingo de resurrección».
En esta primera reforma, que por un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 11 de enero de 1952 fue aprobada ad experimentum por tres años, se simplificaron los ritos del lucernario, reduciendo el número de oraciones, corrigiendo los errores de redacción y estableciendo el uso correcto de las mismas; se suprimió el uso de la caña con las tres velas (las tres «marías») y se revalorizó, en cambio, la presencia del cirio pascual; se redujo el número de lecturas, ajustándose a la tradición gregoriana, que contaba solo con cuatro lecturas; se introdujo la solemne renovación de las promesas bautismales por parte de la asamblea; etc. No se resolvió, en cambio, el acoplamiento correcto del lucernario al resto de la celebración. De hecho, el diácono siguió despojándose de la dalmática blanca, utilizada para la bendición del cirio, para revestirse de la morada al comenzar las lecturas. La liturgia de la palabra seguía fragmentada y desprovista de la necesaria unidad y coherencia, ya que la liturgia bautismal continuaba introduciéndose como un paréntesis, rompiendo el ritmo y el normal desarrollo de la misma. La Misa seguía acoplándose al resto de la celebración como un apéndice final. Finalmente, por un mimetismo incomprensible, la celebración concluía con el canto de los laudes de pascua.
Más tarde, al agotarse el período experimental de tres años, por otro decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 16 de noviembre de 1955 se ponía en marcha la restauración de toda la semana santa Por lo que respecta a la vigilia pascual, se mantiene en el mismo nivel de reforma aparecida en la primera etapa. Con todo, a través de pequeños detalles, se observa un cierto proceso de depuración ulterior. Por ejemplo, se elimina definitivamente el color morado de la celebración y se adopta el color blanco desde el principio. Se suprime el Flectamus genua de las oraciones (de carácter más penitencial) y la cuarta lectura, que en la primera reforma se tomaba de Dt 31,22-30, se sustituye por Is 54.55, ajustándose así plenamente a la tradición gregoriana. Por otra parte, se eliminan los desplazamientos de los ministros a la sacristía para el cambio de ornamentos.
De todos modos, la Vigilia permanece en el mismo nivel de luces y sombras, tal como lo he señalado más arriba. Habrá que esperar a la reforma promovida por el Concilio Vaticano II para poder apreciar una Vigilia Pascual plenamente renovada y acorde con el conjunto de la reforma litúrgica.
Hay que ser muy cuidadoso, y tener un gran celo pastoral, para que la Vigilia se celebre correctamente, desplegando la fuerza de su simbolismo, la grandeza de sus ritos, sin minimizarlos, permitiendo que esta liturgia toque el alma y sea vivida por todos con unción y gozo espiritual.
Pero se ve, por aquí y por allá, de una forma o de otra, que la Vigila pascual se está reduciendo, empobreciendo paulatinamente. Se convierten muchas de ellas en mini-vigilias, y esto hay que afrontarlo, corregirlo, porque está en juego el bien de las almas: ¿acaso la pastoral no es buscar este bien?
Uno de los elementos más cruciales que prácticamente han desaparecido de toda la Iglesia excepto de realidades como el Camino Neocatecumenal es la importancia del carácter nocturno:
La Vigilia pascual es un oficio nocturno que se desarrolla cuando no hay luz del día, cuando es de noche. No es un oficio vespertino, al atardecer, sino nocturno, como otros muchos momentos de la vida de la Iglesia, por ejemplo, la Misa de medianoche de Navidad, o la fidelidad de la Adoración Nocturna.
Adelantarlo a la tarde es empobrecer la Vigilia, vaciarla de su sentido y reducir el Sábado Santo robándole horas a un día de oración y espera junto al sepulcro. Convertir la Vigilia Pascual en una Misa vespertina más de sábado por la tarde le quita fuerza a su excepcionalidad, a su carácter único.
No en vano la Iglesia interpela en este sentido: “Esta regla [la nocturnidad] ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier abuso o costumbre contrario que poco a poco se haya introducido, y que suponga la celebración de la Vigilia pascual a la hora en que habitualmente se celebran las misas vespertinas antes de los domingos, han de ser reprobados” (Congregación para el Culto Divino. Carta sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 78).
Incluso el episcopado español, en 1988, por medio de su Comisión permanente, sacó una nota sobre “El horario y otros aspectos de la Vigilia pascual”, en que señalaba: “La Vigilia pascual debe celebrarse en las horas nocturnas también por su carácter extraordinario. La tendencia actual, que parece extenderse en algunos lugares, de convertir la Vigilia pascual en una misa vespertina, constituye una desvirtuación de aquélla. Hay que reconocer que en algunos lugares se va prescindiendo del simbolismo de la noche y se hace caso omiso de la clara normativa del Misal. En no pocos lugares, en efecto la Vigilia pascual se adelanta tanto y se celebra tan abreviadamente que pierde el carácter de velada de espera y de celebración extraordinaria”.
Por tanto, la Iglesia Católica, indica que es un abuso iniciar la Vigilia cuando no ha entrado propiamente la fuerza del signo de la noche y lamenta que no se viva acrecentando el valor de permanecer en vela.
Es verdad que pueden existir excepciones o motivaciones que obliguen a adelantar la hora de inicio, pero es innegable que la práctica habitual más extendida es que la Vigilia se adelante lo máximo posible y se acorte para que no dure demasiado. Esta reducción es dramática. Tradicionalmente, también en la liturgia romana, las lecturas bíblicas eran muy abundantes, doce, y en el estadio más antiguo de la liturgia, cada una de ellas leída en latín y en griego (pensando en los fieles presentes de distinta lengua). Es un desarrollo amplísimo de la liturgia de la Palabra. Actualmente, siete son las lecturas del Antiguo Testamento, y dos del Nuevo, la del Apóstol y el Evangelio, con los correspondientes salmos cantados. No es algo excesivo. Sin embargo, también en este aspecto, estamos viviendo mini-vigilias pascuales: Se da por hecho en todas partes que es mejor reducir lecturas y se ha convertido en el uso habitual en muchas parroquias, en conventos… y hasta en la misma Basílica vaticana de San Pedro. La liturgia de la Palabra queda reducida a la mínima expresión la noche en que la Palabra, el Verbo Eterno del Padre, destruye para siempre la muerte. Lo prioritario ya no es escuchar y meditar la Palabra en actitud de oración y contemplación del misterio de Dios, recordando como hace el pueblo Hebreo en su pascua toda la historia de la salvación, sino que sean las mínimas indispensables para que no se alargue demasiado.
La Carta Paschalis Sollemnitatis insiste en la importancia de proclamar todas las lecturas. Lo excepcional sería no hacerlo, pero lo que se da como excepción se ha hecho prácticamente como norma: “Por lo tanto, en la medida en que sea posible, léanse todas las lecturas indicadas para conservar intacta la índole propia de la Vigilia pascual que exige una cierta duración” (Núm 85).
Tal vez en algunas parroquias con menor asistencia de fieles, o más pobre espiritualmente, se podrían reducir las lecturas, pero debe ser lo extraordinario, no lo habitual. En conventos de monjas contemplativas sería un sinsentido: las monjas de clausura disfrutan de la liturgia, y es raro que las monjas mismas quieran quitar lecturas. En las parroquias es cuestión de ir educando y habituando a todos al esplendor de la liturgia y a la escucha orante de la Palabra. En el Camino Neocatecumenal la escucha de la Palabra es precisamente uno de los tres pilares fundamentales. El catecúmeno es etimológicamente ‘el que escucha’, ‘el que tiene abierto el oído’.
A veces, con mal criterio pastoral, deducimos o imaginamos que la gente se cansa, se aburre, no entiende nada… y se decide recortar. Quizás precisamente para que eso no ocurra los Párrocos, vicarios, y presbíteros deberían preparar a los fieles durante todo el año para la celebración Pascual. Además también es bueno recordar que para eso está también la cuaresma, como antesala de preparación para la Pascua ¿porque la catequesis no se centra en lo que realmente importa y se limita a una catequesis de ‘mínimos’ para cumplir el expediente? Es necesario preparar espiritualmente estos momentos y ofrecer una explicación litúrgica y kerygmática. El Camino Neocatecumenal desde lo inicios incorporó precisamente los llamados ‘Anuncios’ para animar a los hermanos a vivir estos tiempos fuertes de la Iglesia con toda su fuerza y su plenitud. La preparación es indispensable: “Se recomienda encarecidamente a los pastores que en la formación de los fieles insistan en la conveniencia de participar en toda la Vigilia pascual” (Paschalis Sollemnitatis núm. 95).
Al final, con tanto recorte, la liturgia de la Palabra que se parte en la Vigilia se convierte no en una meditación de la historia de la salvación con 9 lecturas, sino una liturgia de la Palabra más parecida a la de cualquier Misa dominical (con tres lecturas). El Misal mismo nos ofrece la clave de cómo vivir esta liturgia de la Palabra con la monición obligatoria que dirige el sacerdote (o el obispo), sentado en su sede: “Hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la Historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta Historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo”.
Por último además del signo de la noche, de la celebración viva de la Palabra y de la comunión con las dos especies, el Cuerpo y Sangre de Cristo, que la Iglesia recomienda practicar especialmente en esta noche según las instrucciones del Misal Romano y diferentes documentos de la Iglesia (“Es muy conveniente que en la comunión de la Vigilia pascual se alcance la plenitud del signo eucarístico, es decir, que se administre el sacramento bajo las especies del pan y del vino” (Paschalis Sollemnitatis nº 92) la Vigilia ha perdido otro de los elementos fundamentales que están en su mismo origen: la liturgia bautismal. Es uno de los momentos más importantes donde la Iglesia indica, aunque no ninguno se bautice en esa noche, que se realice la aspersión con agua bendita y se realice la renovación por parte de los fieles de las promesas bautismales: “La liturgia bautismal es la tercera parte de la Vigilia. La pascua de Cristo y nuestra se celebra ahora en el sacramento. Esto se manifiesta más plenamente en aquellas Iglesias que poseen la fuente bautismal, y más aún cuando tiene lugar la iniciación cristiana de adultos, o al menos el bautismo de niños”.
La Iglesia primitiva esperaba a la Vigilia Pascual para bautizar a los catecúmenos que se habían estado preparando para recibir el bautismo, porque este sacramento que nos abre a la vida cristiana, la vida de la fe, tiene un eminente componente pascual: ‘Si morimos con Cristo viviremos con él’. En el Camino Neocatecumenal se intenta que toda Vigilia Pascual tenga al menos un bautismo para poder vivir en la noche la fuerza del nacimiento de nuevos cristianos que se incorporarán a la Iglesia, nuevo pueblo de Dios.
Para finalizar la Santa Sede ha reconocido la importancia que ha tenido el Camino Neocatecumenal para salvar la fuerza originaria de la Vigilia Pascual. No en vano ha aprobado en sus Estatutos este hecho subrayando que es uno de los pilares sobre los que se sustenta la iniciación cristiana.
La Secretaría de Estado envió el 3 de abril de 2014 una carta del Santo Padre a Kiko Argüello, iniciador, junto con Carmen Hernández, del Camino Neocatecumenal, confirmando que la praxis litúrgica del Camino en relación a la Eucaristía y a la Vigilia Pascual debe adecuarse a los Estatutos del Camino. En la carta, el Santo Padre confirmaba, contra lo que algunos disentían, que “en lo relacionado con la celebración de la vigilia Pascual y de la Eucaristía dominical, (…) los artículos 12 y 13 [de los Estatutos], leídos por entero, constituyen, por tanto, el cuadro normativo de referencia“.
El Artículo 12 precisamente se titula ‘Vigilia pascual’ y dice: ‘§ 1. Eje y fuente de la vida cristiana es el misterio pascual, vivido y celebrado de modo eminente en el Santo Triduo, cuyo fulgor irradia de luz todo el año litúrgico. Constituye por tanto el axis del Neocatecumenado, en cuanto redescubrimiento de la iniciación cristiana. § 2. «La vigilia pascual, centro de la liturgia cristiana, y su espiritualidad bautismal, son inspiración para toda la catequesis». Por este motivo, durante el itinerario, los neocatecúmenos son iniciados gradualmente a una más perfecta participación en todo lo que la santa noche significa, celebra y realiza. § 3. De este modo el Neocatecumenado estimulará a la parroquia a una celebración más rica de la vigilia pascual‘.
Consultado por Zenit en una entrevista respecto a esta carta Kiko Argüello indicaba: “En lo relacionado al artículo doce, las comunidades de todo el mundo están ayudando a las parroquias a redescubrir la Vigilia pascual. La Santa Sede, en el documento fundamental para la Vigilia pascual Paschalis Solemnitatis, expresaba dolor viendo que la Vigilia pascual, en vez de ser “la madre de todas las vigilias” y el centro de la vida litúrgica de los fieles, se ha convertido sin embargo en muchas parroquias solamente en una misa vespertina. El artículo 12 del estatuto establece precisamente que “el Neocatecumenado contribuye a formar poco a poco una asamblea parroquial que prepara y celebra la vigilia pascual en la noche santa, con toda la riqueza de los elementos y signos litúrgicos y sacramentales queridos por la Iglesia”. Su eminencia, el cardenal Cañizares, prefecto de la Congregación por el Culto Divino, ha subrayado precisamente este rol de las comunidades neocatecumenales diciendo que la Conferencia Episcopal Polaca, por ejemplo, ha dado las gracias al Camino porque está ayudando a recuperar y redescubrir la importancia de la Vigilia pascual en toda Polonia”.
Fuente: https://eucaristiaenelcaminoneocatecumenal.blogspot.com/2022/04/la-recuperacion-de-la-vigilia-pascual.html