Los carmelitas mártires de Tárrega

El día 28 de julio de 1936, fueron apresados doce religiosos en la comunidad carmelita de Tárrega, siervos de Dios: P. Ángel M. Prat Hostench, Prior;. P. Eliseo M. Maneus Besalduch, Maestro de novicios; P. Anastasio M. Dorca Coromina; P. Eduardo M. Serrano Buj; Fr. Pedro Mª Ferrer Marín, clérigo; Fr. Andrés M. Solé Rovira, clérigo; Fr. Miguel M. Soler Sala, clérigo; Fr. Juan M. Puigmitjá Rubió, clérigo; Fr. PedroTomás M. Prat Colldecarrera, clérigo; Fr. Eliseo M. Fondecara Quiroga, hermano; Fr. José M. Escoto Ruiz, novicio, y Fr. Elías M. Garre Egea, hermano novicio y paisano mio. Fray Elías nació en Lorca (Murcia) el 19 de octubre de 1909. Fue bautizado en la parroquia de San Mateo (yo también) con los nombres de Ginés, Francisco de Borja del Sagrado Corazón. También fue confirmado en mi pueblo. Era el tercero de cinco hermanos, frutos del amor del cristianísimo matrimonio de D. Ginés Garre, oficial de la Guardia Civil y Doña María Soledad Egea, mujer piadosísima y muy bondadosa. Siendo aun pequeño Ginés, su padre es destinado a Barcelona.

El niño ingresó en el colegio de los Carmelitas Descalzos de la ciudad condal, donde hizo su primera comunión. Era muy piadoso y aplicado en el estudio. Cariñoso con sus hermanos y siempre respetuoso y obediente a sus padres. De joven llamaba la atención por su agraciado físico, elegancia y modestia. De exquisita sensibilidad rehuía todo lo mundano y buscaba la vida retirada y las prácticas religiosas. Comulgaba frecuentemente. Nunca se le vio enfadado y, aunque era de carácter pacífico, lo característico de su personalidad era la firmeza en sus decisiones.

Trabajó un tiempo de dependiente, pero como no le gustaba, sin acudir a ninguna academia se hizo sastre modisto. Trabajaba para particulares porque así le quedaba tiempo para sus prácticas piadosas y cultivar su amistad con los Carmelitas Descalzos. El servicio militar lo hizo en Tetuán, donde enfermó, y en Melilla. A los 24 años de edad, decidió abandonar el mundo y abrazar la vida religiosa. No eran aquellos los tiempos más favorables para hacerse religioso. Entrar en un convento era hacerse candidato al martirio. Vistió el hábito de postulante el 4 de septiembre de 1935 en el convento de Barcelona. Y con el hábito recibió el nombre de Fr. Juan de la Cruz. Sus destinos fueron Olot, Tárrega, Barcelona y, de nuevo Olot.

En todos los conventos ejerció su oficio de sastre, confeccionando hábitos para los frailes. Siempre se le veía trabajar con mucha alegría. Comenzó su noviciado el 27 de abril en Tárrega. Y en esta ocasión, cambió su nombre por el de Fr. Elías María. Aquí le visitó su hermano y le pidió que volviera con él a casa porque la revolución anticristiana avanzaba a pasos agigantados. La respuesta fue contundente: “No; eso no. Yo estoy aquí muy contento y no me marcho”. El 21 de julio de 1936, la comunidad de Carmelitas Descalzos de Tárrega tuvo que abandonar el convento. Mi paisano se refugió en la casa de D. José Alsina, en la calle Ponent 19.

Con la misma fortaleza que abrazó la vida religiosa, acató la voluntad del prior que no le dio permiso para marcharse andando por aquellos campos erizados de peligros. La mañana del 28 visitó con mucha alegría al P. Anastasio Mª Dorca. Aquella misma tarde fue apresado con todos sus compañeros de Comunidad y conducidos al Comité del pueblo. El arcipreste de Tárrega, Rvdo. D. Jaime Serra Torrent, describe lo que sucedió aquellos días: “La Providencia nos tenía destinado para tener que presenciar y vivir la gran catástrofe, la sangrante y terrible persecución que han sufrido las iglesias, los sacerdotes y todo lo que sabía a religioso, y en la que fueron sacrificados, no por otra cosa, sino por odio al sacerdocio y a la religión, cinco sacerdotes compañeros, los doce frailes del Carmen y seis escolapios de esta ciudad. Total veintitrés víctimas que seguían la suerte del Maestro y que de El recibieron el premio”.

Cuando los enemigos de Cristo y la Iglesia se presentaron en el convento de los Carmelitas, el P. Ángel Mª Prat les dijo: “¿Qué vais a hacer con nosotros? ¿Matarnos? Si es así, matad sólo a los mayores; dadme a mi todas las muertes que queráis, pero dejad a estos pobres jóvenes, que les están esperando en sus casas”. Sobre las once y media del día 28 llegó un camión a la puerta del cuartel de milicias. Hicieron subir a él a los doce carmelitas, entre empujones, palabrotas, blasfemias y culatazos de fusil. En el mismo camión iban milicianos armados de Tárrega, entre ellos algunos conocidos por vecinos que oyeron y presenciaron, ocultos tras las persianas del balcón, todo lo antes referido. Poco después pusieron el camión en marcha, seguido de un turismo. Hicieron correr el rumor de que los llevaban a Igualada o Barcelona.

Serían como las dos de la madrugada del 29 de julio cuando, atados de dos en dos, los bajaron en el “Clot dels Aubens”, a dos kilómetros de la ciudad de Cervera, y allí fusilaron a los doce, echándoles en un estercolero y rociándoles después de gasolina y prendiéndoles fuego. Junto a la hoguera donde ardían los mártires ,un miliciano explicó a Juan Bravo y Santiago Fábregat, entre frases injuriosas contra los inmolados, cómo los habían matado a tiros a la derecha del camino, amontonándolos después en un estercolero a la izquierda del mismo, rociándoles con gasolina y prendiéndoles fuego. Estuvieron presenciando un rato la cremación, y el mismo testigo Juan Bravo pudo oír cómo alguno aún se quejaba en los estertores de la muerte. También vieron cómo al que estaba encima del montón de buena talla, traje azul y zapato marrón se le prendía la pantorrilla, quedando el hueso al descubierto. No sabemos todas las circunstancias y detalles del martirio de los carmelitas, pues una de las consignas de los enemigos de Dios era que se hicieran en la clandestinidad más absoluta. Pero se sabe que primero intentaron matarlos junto al cementerio; que les robaron, pues aparecieron las maletas descerrajadas y abiertas en el sitio donde los fusilaron; que los mataron amarrados de dos en dos, Colocándolos a unos sobre otros, y que el que estaba encima del montón era el P. Angel Mª.” Prat, Prior de la Comunidad. Doña Concepción Tomás de Bosquet, que el día 29 de julio iba a la era y se cruzó con dos milicianos que volvían del Clot dels Aubens de ver la cremación, les oyó decir: “Hay que ver cómo se resistían a dejarse quitar los Crucifijos.” Y sor Margarita Fargas, que se encontraba en el Hospital de Cervera la noche de los asesinatos, afirma que dos individuos que estaban de guardia en el mismo Hospital fueron a ver lo que pasaba. Al volver refirieron que los carmelitas se animaban unos a otros diciendo: “¡Viva Cristo Rey!” Este fue el rumor que se corrió también por Tárrega por aquellos días, añadiendo que los Padres Ángel M.” Prat y Eliseo Mª Maneus exhortaban y animaban a los más jóvenes. Con los cadáveres de los siervos de Dios se ensañaron de una manera inconcebible, satánica. No sólo la madrugada que los mataron, sino también en días sucesivos repitieron las cremaciones, alimentando con gavillas la hoguera. Esta duró más de tres semanas, por haber unos quince carros de estiércol y estar mojado por abajo para que se pudriera. Un día después apareció en medio del camino una cabeza con los sesos estrellados por una grande piedra. Hubo quien enseñaba las balas con que habían sido asesinados.

Nadie les dio sepultura. Obligados por las protestas de los vecinos que temían una infección, mandó el Ayuntamiento a dos basureros con el carro de la basura. Pero se negaron a cargar los restos, diciendo: “Quienes han hecho la fechoría que se lleven los muertos.”‘ Los perros venían a cebarse en los cadáveres. Un día apareció una pierna, quemada y medio comida por los animales, en una casa de campo. Pasado como un mes, el dueño del estercolero recogió los restos, junto con el estiércol, y los esparció como abono en una viña de su propiedad. Los doce carmelitas Descalzos de Tárrega fueron asesinados en Cervera, ciudad donde se cebó el furor antirreligioso y el odio satánico. Allí fueron inmolados 116 sacerdotes y religiosos por odio a Cristo y a su Iglesia.

Interceded por nosotros, innumerables mártires de España.

Manuel Martínez Cano M.C.R.

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