El Camino Neocatecumenal no podría haber nacido ni se podría haber desarrollado sin uno de sus tres fundamentos: La liturgia. Para muchos es desconocido sin embargo cómo los iniciadores del Camino, Kiko Argüello y Carmen Hernández, durante la experiencia en las barracas de Madrid, entraron en contacto con toda la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II que se estaba produciendo en aquellos mismos años. No en vano ‘la renovación litúrgica es el fruto más visible de la obra conciliar’ como habían aseverado y constatado los obispos del mundo al concluir el Sínodo de 1985, dedicado a la evaluación de los primeros veinte años de aplicación de las orientaciones y directrices del Vaticano II.
Esa renovación coincidió con una experiencia comunitaria que traspasó las fronteras periféricas de un suburbio para implantarse en miles de parroquias de todo el mundo y plasmar en la práctica lo que la Iglesia estaba anunciando, que la liturgia, como fuente y centro de la vida cristiana, era en todas sus dimensiones, y no solamente en la celebración del sacramento Eucarístico, la expresión sagrada del amor de Dios a los hombres, a los que elevaba al cielo mediante un nuevo culto espiritual.
El Padre Pedro Farnés Scherer fue clave en la integración de las propuestas del Concilio al Camino Neocatecumenal. Sin su trabajo exegético e integrador, yendo a las fuentes y queriendo comprender y vivir lo esencial de la Eucaristía, es imposible entender cómo celebran actualmente las comunidades neocatecumenales de todo el mundo.